jueves, 27 de octubre de 2011

Introspección

Empezó a oler a lluvia. Minutos después, las gotas empezaron a caer. Fue esa la primera vez que lo vi. El estaba ahí sentado en mitad de la calle, miraba a todos lados, pero no muy rápido, era un hombre pausado. 

Las gotas empezaron a caer cada vez mas intensamente pero el seguía allí sin moverse. Yo lo miraba desde afuera, desde una perspectiva externa. Los carros pasaban por su lado pitando, pasaban a toda velocidad frenéticos como la ciudad.
El parecía tranquilo, se sentía bien consigo mismo.

Verlo me hacia sentir identificado, me hacia sentir como si el y yo fuéramos el mismo. La lluvia caía  ahora mucho más intensamente, estaba granizando. El seguía estático.

Yo no me estaba mojando porque me cubría el vidrio de la poesía , yo no me estaba mojando, yo estaba cubriendo al suelo de la lluvia. Mientras tanto, el siguió sin moverse, el siguió sentado en flor de loto mirando a todas partes, parecía no importarle nada. Era como si se hubiera quedado en otro plano, como si estuviera viviendo sobre un espejo, sobre el agua. 

El tenue gris del suelo ahora se iba pintando de un color húmedo y brillante, estaba lloviendo hacia treinta minutos. Lo mire desde afuera, Mejor dicho, lo seguí mirando. Ahora, la gente lo insultaba a gritos por obstaculizar la vía pero a el no le importaba. 

Empezaron a caer rayos, el los ignoro. Yo en cambio salte asustado cuando cayo el primero. Para contrarrestar mi salto el hombre siguió sentado. Parecía que solo le importaba respirar, es lo que percibí con mi mirada. El resto de las cosas no eran nada, no existían. 

Los insultos lo hacían sordo, el frío del suelo lo hacia flotar, el agua de la lluvia lo secaba. Lo único que el hacía era respirar. Y lo seguí mirando, y por muchos días se quedo ahí sin cambiar de posición. Ya a los varios días, nadie hacia nada, había transfigurado en un monumento. El respiraba, yo lo sabia sin tenerlo que ver. El seguía allí ignorándolo todo mientras el mundo giraba alrededor de el. 

El paso de los días lo pinto con el teñir del carbón. El polvo, el agua y el humo de los carros lo habían vestido de urbanidad. El hombre, tranquilo, se quedaba en su posición a pesar de todo.

Ya llevaba varios días sin comer, pero parecía no necesitarlo. Parecía como si la sed y el hambre no le punzaran las sienes y el estomago. 

Lo observe durante mucho tiempo, lo observe sin darle importancia a mi ambiente, lo observe todo el tiempo y no me di cuenta que al final en el encender de un mechero me había vuelto como el. Ya no me hacia falta nada porque yo era la imagen que alguna vez mis ojos captaron. Me quedé detenido en el reloj de arena, me quede en medio de la luna y del sol, me quede suspendido, por siempre, en mitad de una calle cuyo único obstáculo soy yo.

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