domingo, 6 de mayo de 2012

Esa fue la ultima vez que la oí.


Quisiera encender un cigarrillo mientras espero ansioso tu respuesta, muerdo mis uñas y miro el reloj para intentar distraer  esta zozobra que me pesa. Han pasado años desde que te vi esa ultima vez. Respiro tres o cuatro veces antes de oír que alguien toca la puerta, cierro mis ojos, espero que seas tu. Me levanto de mi asiento, miro a mi perro que esta echado en el suelo y tomo aliento para llegar hasta la puerta que no abro hace mas o menos 4 años.  Son 5 pasos los que me separan de mi puerta y son entonces cinco pasos los que recorro lentamente antes que mi mano derecha se funda con el frío metal de la chapa de la puerta. Tomo un poco de aire y trago saliva, aprieto mis puños y giro la chapa hacia un lado, acto seguido mientras mi corazón latía a una velocidad infranqueable halo la puerta hacia mi para encontrarme con aquella imagen que habría de recordar años después sentado en mi sillón.


Al otro lado de la puerta como era de esperarse solo estaba el desamparo desolador de tu ausencia, aún resonaba en el ambiente el eco de tu partida, no estabas.
Una lagrima se derramo por mi mejilla hasta tocar mis labios, sentí su sabor salado mientras cerraba la puerta con infinita tristeza. Otros cinco pasos mas y estaría de nuevo sentado en mi silla, perdido en mi refugio. Aún eran las siete, faltaban todavía varias horas para que me fuera a dormir.

Seguí sentado, y horas después tras interiorizar la resignación me quede dormido ahí mismo, en ese mismo lugar donde había estado, en mi sillón. Al amanecer, sentí un frío terrible y decidí entonces levantarme a preparar café. Debían ser algo así como las 5:40 de la mañana, es la hora en la que siempre me levanto los lunes.
Prepare el café y continúe con mi rutina, procedí a sentarme en el sillón. Algo de esta mañana era diferente, el cuero en el que reposaba mi cuerpo estaba asquerosamente calido, era obvio, había dormido en el sillón la noche anterior.

Pasaron las horas y como siempre, me entregue al pensamiento y caí en cuenta que debía rendirme de una vez por todas, ella no iba a volver, la pelea había acabado. Quizá ni siquiera habían tocado la puerta la noche anterior y solo había sido fruto de mi imaginación. Cedí a la idea de no volver a verte, perdí el pulso y recibí con mis brazos abiertos como quien se creyera Jesús, a la monotonía una vez mas en mi vida.

A la mañana siguiente y las que quedarían del resto de mis días repetí con minuciosidad sicótica la misma rutina, ¡Mierda, si que me hacías falta!.

Una noche, posiblemente varios años después volví a escuchar el martilleo de la puerta, me pregunte por un segundo si serias tu al otro lado del umbral, pero luego recordé aquella vez en que derrame una lagrima. No me moví, no respire y ni siquiera parpadeé hasta que la puerta dejo de sonar.

Esa fue la ultima vez que la oí.

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